Referido a la ganadería del duque de Veragua
Toros de gran trapío y fuerza cuyo comportamiento era noble, destacando por su bravura a la hora de tomar varas. Fueron los preferidos de las grandes figuras del toreo en múltiples ocasiones, aunque según dice Teresa Rueda, Rafael Guerra, Guerrita, dijo en cierta ocasión que prefería los toros de casta navarra, más pequeños y fieros que a los veragüeños: «Le temo más a los picotazos de los mosquitos de Navarra que a los zarpazos de los tigres de Veragua». Según cuenta esta crítica taurina hoy son pocos los encastes con sangre veragüeña.
Los sucesivos duques de Veragua mantienen la pureza vazqueña. En 1833 falleció el rey Fernando VII, pasando la Real Vacada a poder de su cuarta esposa y viuda, doña María Cristina de Borbón de Nápoles, llamándose oficialmente a partir de entonces Real Vacada de Su Majestad la Reina Gobernadora quien, en 1835, por un valor de 300.000 reales, precio similar al pagado por su regio marido, la enajena a los duques de Osuna y Veragua, que se estrenaron como ganaderos en Madrid el 4 de julio de 1836 y que la llevan juntos hasta 1849, año en que el primero de ellos vende su parte al XIII duque de Veragua, don Pedro de Alcántara y Colón de Larreategui, quedando éste como único criador y continuador de lo más selecto, importante y puro de la raíz vazqueña. Su estreno en solitario como ganadero en Madrid data del 29 de septiembre de 1850. Esta ganadería estuvo en poder de los sucesivos duques de Veragua desde 1849 hasta 1928, en que se enajenó a don Manuel Martín Alonso, vecino de la Alameda de la Sagra (Toledo) y abuelo por vía materna de los importantes y actuales empresarios señores Lozano. Dos años más tarde pasaría su propiedad a don Juan Pedro Domecq y Núñez de Villavicencio, trasladándola a Jerez de la Frontera, en la provincia de Cádiz. Pero esta historia la dejamos aquí y retomaremos el hilo de esta narración más adelante. En estos 79 años, fundamentales para la historia del toreo, pues abarcan desde la mitad del siglo XIX hasta el primer tercio del XX, estos toros llegaron a conocerse como veragüeños,o de Veragua y se mantuvieron con el estado puro de la raíz vazqueña, llegando incluso a superar a la fundacional. Solo se conoce un cruce, realizado entre un reducido número de vacas con un semental de Miura, a finales del siglo XIX.
A la muerte del XIII duque de Veragua, en 1866, le sucedió su hijo don Cristóbal Colón de la Cerda, quien con el título de XIV duque de Veragua continuó esmerándose en la crianza y selección, con los mismos resultados y éxitos. Su presentación en Madrid data del 24 de abril de 1867. De toda la familia fue el que más celo puso en el empeño ganadero. Para ello tentaba los utreros de cuatro hierbas todos los años, dejando para el matadero o para labor a los menos bravos. Lo mismo hacía con las vacas cada cinco o seis años. A la muerte de este último, en 1910, le sucede, al frente de la ganadería, su hijo don Cristóbal Colón y Aguilera, XV duque de Veragua, estrenándose en Madrid el 17 de septiembre de 1911, quien la mantiene hasta su enajenación, antes mencionada, en 1928.
El hierro de los toros de Veragua era una V con la corona ducal y la divisa encarnada y blanca». Los toros de Veragua eran de gran trapío, elipométricos, no tan grandes ni cornalones como los de Cabrera ni tan recortados y cornicortos como los de Vistahermosa. Su capa o librea muy variada, negros y cárdenos principalmente, berrendos en negro o castaño, bastantes sardos (con distintos matices) y muchísimos jaboneros y flor de melocotón (produciendo una hermosa visión), capuchinos y paticalzados. El perfil entrante y las proporciones braquimorfas. Línea dorso lumbar ensillada. Palomilla alta, grupa redondeada, cola encimera e ijar lleno. La línea ventral ligeramente recogida y los atributos sexuales manifiestos. Extremidades cortas y bien aplomadas. La cabeza empastada, anchos de sienes, melenos y astracanados, con amplias encornaduras, tirando a veletos. El cuello muy musculado, con amplia cerviz, enmorrillados, la papada breve y casi degollados. El pecho amplio, los costillares muy desarrollados y de gran diámetro bicostal.
En cuanto a su comportamiento, se caracterizaban por su fuerza y nobleza. En la suerte de varas acometían ciegamente, con un enorme poder, recargando y propinando caídas monumentales. Especialmente a la salida de chiqueros, perseguían con tal bravura a los peones que se rompieron muchas veces las astas por sus cepas. Parece imposible que unos toros tan nobles produjesen tantísimas cogidas, sobre todo a los varilargueros, pero todo esto, sin duda, era debido a la fuerza que poseían en sus patas y pitones, revolviéndose con prontitud y volteando a caballos y jinetes. En la enciclopedia taurina de Cossío, la mayor cantidad de toros célebres allí citados son de Veragua. La típica advertencia que figuró en los carteles durante muchos años de que: «...en el caso de inutilizarse los picadores anunciados, el público no tendrá derecho a exigir otros...» viene a partir de que un toro veragüeño mandase a todos los picadores a la enfermería, después de tomar veinte varas. Al no haber más gente de a caballo se formó un motín tremendo y por eso se ponía esta advertencia. A pesar de todo, cada vez que se producía un gran acontecimiento, como por ejemplo una alternativa de algún torero importante, se solicitaban para ello los toros de Veragua. A título de ejemplo digamos que en 1875 Rafael Molina «Lagartijo» le dio la alternativa a José del Campo «Cara-Ancha», cediéndole el toro Apreturas y en 1902 don Luis Mazzantini hizo lo propio con Vicente Pastor, con Aldeano. Ambos eran veragüeños.
A la muerte del XIII duque de Veragua, en 1866, le sucedió su hijo don Cristóbal Colón de la Cerda, quien con el título de XIV duque de Veragua continuó esmerándose en la crianza y selección, con los mismos resultados y éxitos. Su presentación en Madrid data del 24 de abril de 1867. De toda la familia fue el que más celo puso en el empeño ganadero. Para ello tentaba los utreros de cuatro hierbas todos los años, dejando para el matadero o para labor a los menos bravos. Lo mismo hacía con las vacas cada cinco o seis años. A la muerte de este último, en 1910, le sucede, al frente de la ganadería, su hijo don Cristóbal Colón y Aguilera, XV duque de Veragua, estrenándose en Madrid el 17 de septiembre de 1911, quien la mantiene hasta su enajenación, antes mencionada, en 1928.
El hierro de los toros de Veragua era una V con la corona ducal y la divisa encarnada y blanca». Los toros de Veragua eran de gran trapío, elipométricos, no tan grandes ni cornalones como los de Cabrera ni tan recortados y cornicortos como los de Vistahermosa. Su capa o librea muy variada, negros y cárdenos principalmente, berrendos en negro o castaño, bastantes sardos (con distintos matices) y muchísimos jaboneros y flor de melocotón (produciendo una hermosa visión), capuchinos y paticalzados. El perfil entrante y las proporciones braquimorfas. Línea dorso lumbar ensillada. Palomilla alta, grupa redondeada, cola encimera e ijar lleno. La línea ventral ligeramente recogida y los atributos sexuales manifiestos. Extremidades cortas y bien aplomadas. La cabeza empastada, anchos de sienes, melenos y astracanados, con amplias encornaduras, tirando a veletos. El cuello muy musculado, con amplia cerviz, enmorrillados, la papada breve y casi degollados. El pecho amplio, los costillares muy desarrollados y de gran diámetro bicostal.
En cuanto a su comportamiento, se caracterizaban por su fuerza y nobleza. En la suerte de varas acometían ciegamente, con un enorme poder, recargando y propinando caídas monumentales. Especialmente a la salida de chiqueros, perseguían con tal bravura a los peones que se rompieron muchas veces las astas por sus cepas. Parece imposible que unos toros tan nobles produjesen tantísimas cogidas, sobre todo a los varilargueros, pero todo esto, sin duda, era debido a la fuerza que poseían en sus patas y pitones, revolviéndose con prontitud y volteando a caballos y jinetes. En la enciclopedia taurina de Cossío, la mayor cantidad de toros célebres allí citados son de Veragua. La típica advertencia que figuró en los carteles durante muchos años de que: «...en el caso de inutilizarse los picadores anunciados, el público no tendrá derecho a exigir otros...» viene a partir de que un toro veragüeño mandase a todos los picadores a la enfermería, después de tomar veinte varas. Al no haber más gente de a caballo se formó un motín tremendo y por eso se ponía esta advertencia. A pesar de todo, cada vez que se producía un gran acontecimiento, como por ejemplo una alternativa de algún torero importante, se solicitaban para ello los toros de Veragua. A título de ejemplo digamos que en 1875 Rafael Molina «Lagartijo» le dio la alternativa a José del Campo «Cara-Ancha», cediéndole el toro Apreturas y en 1902 don Luis Mazzantini hizo lo propio con Vicente Pastor, con Aldeano. Ambos eran veragüeños.
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